En defensa del folletín

Eljorobado

En verano tengo cierta tendencia a regresar al folletín. También a la novela negra y a la policiaca clásica (todos los veranos caen uno o dos de Poirot, sin falta). Pero hay algo especial en esos novelones de páginas amarillentas y lenguaje recargado que me hace regresar año tras año.

A lo largo de mi trayectoria académica he sostenido amargas discusiones con profesores a los que respeto mucho, precisamente acerca de la respetabilidad (o su ausencia) del folletín como género literario de calidad. Es cierto, nadie lo niega, que está sujeto a unas características de producción muy concretas, pero eso que algunos ven como un defecto yo lo considero una ventaja: la abundancia de cliffhangers y supuestos misterios en cada capítulo, la brevedad de estos para acomodarse a ese reducido espacio en el faldón de la página impresa, el lenguaje recargado, los clichés de la época… La clave, en cualquier caso, es que estaban hechos para enganchar. ¡Y lo consiguen! ¿Es eso malo? Son superiores a nuestros best sellers actuales en casi todo: complejidad de las tramas, construcción de personajes… Y, por si fuera poco, aportan un contexto histórico a sus obras que es muy difícil de encontrar hoy en día. ¿Quieres aprender sobre la no tan conocida revuelta de la Fronda? Ahí tienes Veinte años después, de Dumas, por ejemplo. Son como los cómics de Astérix: aprendes sin darte cuenta.

También es cierto que hay folletines y folletines. Nada tienen que ver Los tres mosqueteros o El vizconde de Bragelonne con Los misterios de París, por ejemplo. Pero, aún siendo este último un folletín, digamos, barato y de consumo rápido, exige más al lector que muchas de las novelas que suponen grandes éxitos de ventas hoy en día. Y no miro a nadie, pero vamos…

En fin, estos días ando entretenidísima con una novela que deseaba leer desde hacía años y que, gracias a la Feria del Libro Antiguo de Sevilla y al maravilloso puesto de la librería Antonio Castro, a quien no pienso perder la pista, he encontrado en una edición de 1970 en tres volúmenes para el Círculo de Amigos de la Historia. ¡Y lo tiene todo! Todos los clichés ridículos, esos retratos femeninos que no hay quien los aguante, esas mujeres de desmayo fácil, esos giros de la trama y esas «sorpresas» que años y años de adaptaciones cinematográficas y el boca a boca nos han estropeado ya. Pero también están Lagardère («¡Si no vas a Lagardère, Lagardère irá a ti»!), y la estocada de Nevers, y el pérfido Gonzaga, y esos combates a espada de diez contra dos, y esas venganzas extendidas a lo largo de décadas y… bueno, y todo aquello que hace años me volvía loca (¿quién puede olvidar el Castillo de If?), y que hoy me divierte y me enternece a partes iguales. Así que ahí queda eso, en defensa del folletín, o de folletines como éste. Y os dejo, que tengo a Lagardère y a Aurora de Nevers y a Gonzaga en el baile del Regente y eso va a acabar como el rosario de la aurora.

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